Creel: el corazón de la sierra tarahumara
Publicado el 23 diciembre, 2010
Veníamos de Cuauhtémoc, tomamos un camión hasta Creel e hicimos alrededor de tres horas y media de viaje. En el camino el clima cambió rápidamente, pasamos de semiárido a bosque con pinos y neblina. Tomábamos altura y en cada parada, el camión abría sus puertas a más tarahumaras. Estábamos contentos con el recorrido, pues nos encanta el bosque y los pueblos que cruzamos en el trayecto eran muy particulares, sobre todo San Juanito. Al llegar a Creel varias personas nos abordaron ofreciéndonos habitaciones. Escuchamos las propuestas y escogimos ir al Hotel Real de Chapultepec, que en realidad no es un hotel sino algunos cuartos anexos a una casa, donde vive una familia. Nos gustó la idea de poder utilizar su cocina y compartir un poco con los integrantes. La primer noche hizo frío. Les recomiendo tomar un baño caliente antes de dormir, así el cuerpo se adapta más rápido.
Después de interrogar a Mario, el anfitrión de casa, decidimos rentarle unas bicicletas para el siguiente día y salir a explorar por nuestra cuenta. El recorrido que nos recomendó abarcaba el valle de los hongos, el valle de las ranas, el valle de los monjes, la Misión San Ignacio y el lago de Arareko. De este modo, no contribuiríamos con la huella ecológica y pondríamos en movimiento la grasita del cuerpo. También ofrecen hacer el recorrido a caballo o en camioneta.
En Bici por los valles
En el hotel tienen un mapa con las indicaciones para llegar a los valles y en cualquier otro lugar donde organicen tours también te pueden informar. No pierdan de vista que el esfuerzo físico es bastante, así que lleven mucha agua y comida para el lunch, ya que no hay comida para comprar. Tras pasar una caseta de cobro, la primer parada son unas cuevas, donde se supone que viven algunos tarahumaras, pero al entrar, sólo había dos puestecítos de artesanías. Tras un minuto de estar ahí, dos señoras de la comunidad aparecieron de la nada a mostrarnos la mercancía. Se nota que la cueva no es su casa actual, aunque todavía existe gente que aún vive así. Por otro lado, nosotros compramos algunas cositas para apoyar a los locales, siendo el lugar donde más barato encontramos las artesanías tarahumaras. Había un cinturón tejido a mano, 100% lana en 30 pesos (en las tiendas del pueblo: $80).
Siguiendo sobre un camino de terracería recto, con muy pocas pendientes, llegamos al valle de los hongos. Se le llama así, por las figuras que las formaciones de piedra crean. Es un valle bastante amplio y entre el campo abierto hay casas que aprovechan las grandes piedras como paredes. Sentirán que están en una escena de los picapiedras. Ahí también hay un gran puesto de artesanías, donde tampoco pudimos resistir y compramos algo pequeño. Frente a este valle, se encuentra el de las ranas que aunque no está tan bien definido como el otro, no deja de ser una parada interesante en el recorrido.
Llevábamos poco de haber empezado, pero las subiditas en bicicleta empezaban a sentirse. Continuamos y llegamos a la Misión San Ignacio, que está en el centro del valle. Sin mucho que ver, seguimos el mapa hasta el valle de los monjes. Debo confesar que a mí (principiante en bicicleta) me costó un poco de trabajo llegar. En algunos tramos me bajé para caminar y en las subidas definitivamente jalaba la bici (¡bu!). Hubo un momento en que dudé, si valía la pena visitar este valle, pues ya veníamos de otros dos, pero definitivamente valió la pena, ya que éste es muy diferente a los otros.
El valle de los monjes está rodeado de piedras muy altas que parecen ser personas paradas. Son impresionantes las figuras que puedes encontrar. Echa a volar tu imaginación y dale forma a lo que ves. Aquí tomamos un descanso breve y recargamos energía para la última parada. Después de unos burritos y naranjas, seguimos las indicaciones del mapa, pero desafortunadamente no estaba lo suficientemente claro y nos perdimos. Había muchos senderos y caminos y cada vez que llegábamos a un cruce no sabíamos si era ese o no al que se referían en el mapa. Tampoco había señalamientos para llegar al lago, cosa que con los valles sí había. También nos tocó la mala suerte de que no pasaba nadie para preguntar, así que seguimos nuestra intuición y nos adentramos al bosque. En 40 minutos mi estado pasó por desesperación, desilusión y cansancio, pero cuando menos lo esperaba, detrás de los pinos, Ale gritó con emoción: ¡ahí! ¡ahí se ve! Frente a nosotros apareció el lago, reflejando el azul del cielo. Era más grande de lo que imaginaba y estaba completamente limpio, rodeado de verde. Una calma impresionante me invadió, lo había logrado. Definitivamente fue mi lugar favorito del recorrido. Bajamos a la orilla del lago y tomamos una siesta con el sol cobijándonos. Ya más tranquilos caminamos rodeando el agua y encontramos un pequeño muelle, donde rentan lanchitas para remar. De haberlas encontrado antes hubiéramos rentado una. El sol comenzaba a caer y teníamos que regresar antes de que anocheciera. En esta ocasión decidimos regresar por la carretera (camino directo y sin chance de perdernos).
Un kilómetro antes de llegar a Creel, nos dieron aventón hasta el centro. ¡Buenísimo! La verdad que yo ya traía la lengua de fuera. Regresamos al hotel y preparamos cena.
Aprendizajes
Chequen bien las bicicletas que rentan: que los asientos no se zafen y sean cómodos. El volante debe estar a una altura considerable para que los brazos y la espalda no se cansen tanto. Llantas infladas para terracería y frenos funcionando bien, ya que por el terreno los utilizarás bastante.
Lleva suficiente agua y comida para recuperar energías.
Comienza el recorrido temprano y checa los horarios en que oscurece. Comienza el regreso por lo menos una hora antes de que anochezca, teniendo en cuenta que el sol se esconde tras los cerros una hora antes.
Encontrarás niños que piden dinero en el camino, lleva frutas extra para compartir.
Cusárare
Al siguiente día tomamos un camión hacia Cusárare (20 kms), un pueblo tradicional tarahumara con 190 habitantes. El autobús nos dejó sobre la carretera y caminamos un kilómetro hasta llegar a la primer casita. Era 11 de Diciembre y los festejos de la virgen de Guadalupe ya comenzaban a sonar. Nuestra llegada fue muy notoria, pues no había ningún otro turista en la zona. Había bastante gente sentada en las esquinas, grupos de mujeres platicando y niños corriendo. Seguimos caminando hasta encontrarnos con la iglesia y sin saber lo que nos esperaba entramos a conocer el lugar.
Adentro nos recibieron los «matachines» y sus bailes dedicados a la virgen. La iglesia, decorada con arte tarahumara, estaba dividida: hombres de un lado y mujeres del otro. El bando femenino estaba sentado en el piso, pues extrañamente no había bancas. Un dueto de guitarra y violín marcaban el compas del baile. Después de bailar en la iglesia, continuaron la peregrinación hasta una de las casas. En el patio se conservó la formación de mujeres de un lado y hombres de otro. En esta ocasión los matachines bailaban junto a un contenedor muy grande lleno de tesgüino (bebida hecha de maíz fermentado) y una charola llena de carne seca que, según cuentan los locales, se ofrece a la virgen durante los bailes para luego consumirla. Con reservas y tratando de no interferir en la ceremonia fuimos invitados a pasar y tomar fotos. Desafortunadamente no pudimos quedarnos para probar la bebida.
Matachines
El invitado clave en cualquier festejo mexicano es la música y el baile. Los Matachines conservan la tradición y ofrecen sus movimientos a la cumpleañera. Se dice que son los guardianes de la virgen. Visten con camisa, pantalones de mezclilla y botas. En la cadera se atan un paliacate de colores, cuya punta cuelga entre las piernas semejando un taparrabo. También se ponen un par de capas rojas o floreadas, que van desde los hombros hasta las rodillas. Lo más característico de su atuendo es la corona que llevan en la cabeza, hechas con flores, tela, papel de china o plástico. De ella cuelgan listones multicolores. Se cubren la parte posterior de la cabeza y parte de la cara, dejando al descubierto sólo los ojos y la nariz. Como parte de la coreografía agitan una sonaja con la mano derecha, mientras que en la izquierda llevan una palmilla (en forma de corazón), a la que también le cuelgan listones de colores. A este objeto se le llama sikawa, que en la lengua tarahumara significa “flor”.
Cascada Cusárare
Al salir del pueblo, a solo 3 kilómetros, se encuentra la cascada de Cusárare con una caída de 30 metros. Para llegar ahí, nos encontramos con Jorge, un couchsurfer que se ofreció a llevarnos. Nos quedamos de ver sobre la carretera, donde nos había dejado el camión anteriormente. Ahí abordamos su coche (venía con Anton, un holandés que se quedaba con él desde hacía un día y Moni, amiga de Jorge). Avanzamos unos metros y dejamos el coche para caminar como 40 minutos por un sendero bastante fácil que bordeaba un río. Aunque el principal atractivo era llegar hasta la caída de agua, varias veces paramos durante el recorrido para tomar fotos. Entre risas y anécdotas de la vida, llegamos al mirador y compartimos un par de tortas a la orilla de la cascada. Es posible bajar hasta el pie de la cascada, siempre y cuando las condiciones climatológicas lo permitan. En temporada de lluvia (alrededor de Junio), cuando el río está más crecido, se permite zambullirse en el río, así que no olviden su traje de baño.
El regreso al coche fue más rápido que la ida. Jorge nos llevó hasta nuestro hotel y acordamos vernos más tarde para ir a una posada juntos. Ya éramos un grupo.
La posada estuvo divertida y aunque sólo fuimos un ratito, nos sirvió para dar la vuelta y ahora sí recibir el cumpleaños de la virgen despiertos. Era la 1am e íbamos de regreso al hotel cuando pasamos por la iglesia de la plaza central y nos encontramos con mucha gente venerando a la guadalupana: norteños cantando al pie del altar, bailarines, artistas, de todo un poco.
Al día siguiente muy temprano nos dedicamos a conocer el pueblo de Creel y quedamos sorprendidos por la capacidad que tiene para recibir turistas: hoteles de todos los precios, restaurantes de comida típica e internacional, tiendas de artesanías, agencias que organizan tours, un súper pequeño e incluso un museo con la historia del lugar. En Internet es difícil arreglar hospedaje con anterioridad, pero les aseguramos que van a encontrar de todo. No se preocupen, siempre hay una opción barata.
Creel es un punto estratégico que sirve de base para conocer los alrededores. Otros lugares que no tuvimos la oportunidad de conocer, pero que son muy populares son: Aguas termales de Recowata, la cascada de Basaseachi (que sólo trae agua en temporada de lluvia) y el pueblo de Batopilas (aunque es más cerca llegar desde Urique).
Alrededor de las 11:15 am tomamos el Chepe con dirección a Bauichivo. Sean puntuales porque el tren sólo se detiene 5 minutos y se va.
Algunos datos
Hotel Real de Chapultepec
$150 habitación doble con baño (cocina y WiFi)
Dirección: Oscar Flores #260
www.realdechapultepec.sitiosprodigy.mx
Renta bicicleta por un día: $130 – $60 medio día.
Hotel Margaritas
$100 dormitorio con desayuno y cena.
$300 habitación doble con desayuno y cena.
Frente a la plaza central.
Entrada a los Valles: $10
Lago Arareko
Renta de lancha: $60 por hora para dos personas.
Campamento: $20 por persona.
Leña para fogata: $30
Paseo a caballo desde Creel, pasando por: Valle de los hongos, ranas, monjes, Misión San Ignacio y Lago Arareko; $250 por persona (3 horas aproximadamente).
Camión Creel/Cusárare (20km – 30 minutos) $22
Sólo 2 servicios por día: 8hrs y 12hrs
Entrada a la cascada de Cusárare: $20
Campamento en la zona de la cascada: $25 por persona.
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